Vivimos tiempos de desconfianza, de incredulidad e incluso, de franco cinismo. De todo lo que vemos en los medios o las redes sociales, poco creemos. La verdad, que de niños y niñas nos enseñaron que era una de las máximas virtudes, ha perdido la importancia que antes tenía. Hoy, tras el anonimato de los posts, reposteos y memes, se esconde la horrible realidad de tirar la piedra (en el sentido bíblico) no solo ocultando la mano, sino toda la persona.
Es irónico que cuando más herramientas tenemos para poder comunicarnos, más fácil es caer en la transmisión de contenidos inciertos, falsos o tendenciosos. Para quienes hemos vivido otros tiempos, nos es difícil aceptarlo, para las nuevas generaciones, es quizá algo ya aceptado o incluso divertido en ocasiones.
En tiempos de campaña, esto se recrudece. De por sí, la política es una de las profesiones en donde la gente más desconfía y hoy, si no se tiene cuidado, con mayor razón. Hoy se tienen múltiples oportunidades de “conectar” con el electorado, desde livestreams de cualquier recorrido o hecho de menor importancia o sin un propósito o contenido bien pensado, hasta los mensajes dirigidos con precisión científica producto del uso de tecnologías y algoritmos para la mayoría invisibles, pero con mensajes de poca sustancia que ofrecer.
Los tiempos de verdades alternativas, noticias falsas y datos a la medida se han apoderado de la comunicación, como detallaba en una columna previa, pero esto no quiere decir que hay que cruzarnos de brazos sin enfrentar el oleaje de noticias inciertas.
“MEDIA LITERACY”
Hay algo que en inglés llaman “media literacy” y que viene a ser como una educación o alfabetización mediática. Es adquirir las habilidades necesarias para saber “leer” los mensajes, encontrando en ellos los que están basados en la verdad y cuáles en las mentiras, conspiraciones, datos falsos o tendenciosos.
Esta nueva forma de alfabetización debería ser una asignatura para las nuevas generaciones, con procesos rápidos y seguros para que las generaciones previas, como la tuya y la mía, podamos hacernos de las herramientas necesarias para discernir y separar lo que es verdad de lo que no lo es.
Si aprendemos a entender los mensajes, a criticarlos y evaluar los contenidos, es más difícil que lleguen a sorprendernos. La otra cosa que debemos aprender es a no repostear o retwittear algo si no tenemos la certeza absoluta de que la fuente es de fiar y que la información que estamos compartiendo es cierta. Es preferible detenerse un momento y pensar, detalladamente sobre lo que estamos a punto de compartir, para buscar una fuente autorizada que valide o no el contenido que creemos pueda interesarle a nuestros contactos.
Estas habilidades nuevas serán de gran utilidad para quienes consumimos mensajes en los medios masivos o las redes sociales (porque eso es lo que hacemos, “consumimos” lo que nos dan). Si tenemos la habilidad crítica de discernir el porqué profundo de un mensaje, lo que pretende quien lo emite o transmite y qué consecuencias puede tener sobre nosotros, más posibilidades tendremos de evitar ser manipulados, engañados o traicionados.
Para quienes andan en campaña, es necesario ponerse en el lugar del receptor de sus mensajes. ¿Qué es lo que les “duele”? (en sentido figurado) para saber ¿qué puedo hacer o decir que les ayude a resolver ese problema o situación? Hablamos de que la política es el arte de servir, pues entonces servir para ayudar a la ciudadanía debería ser el más poderoso motor de una campaña o aspiración de servicio público.
La confianza se gana, pero hay que mantenerla, siempre. Todas y todos sabemos, de primera mano, lo difícil que es recuperar la confianza de alguien una vez que la hemos perdido. Se tarda uno una eternidad en lograr la confianza, solo para perderla en un instante.

Si la confianza de la gente sobre la clase política se basa en la multiplicidad de engaños de la que hemos sido objeto, ¿es en verdad factible pensar que puede haber políticos y políticas diferentes?
Yo creo que sí. Lo que necesitan es saber cómo comunicar y qué comunicar. Necesitan aprender a utilizar los medios para acercarse a la gente, no solo en época de elecciones, sino también después (una crítica perenne contra la clase política).
Necesitan también tener contenidos sustanciosos, propuestas factibles y no promesas huecas que desde un principio saben que no podrán cumplir, pero que siguen prometiendo porque es lo que los consultores (o el sentido común) les dice que es lo que la gente quiere escuchar a cambio de su voto.
Todas las personas que consumimos mensajes hoy sabemos que es difícil, pero no imposible, saber si nos hablan con la verdad o con mentiras. Lo peor, es que nos hemos vueltos tan caraduras que aceptamos que son mentiras y las reproducimos o compartimos, con una sonrisa, pensando que no estamos haciendo nada malo al hacerlo.
Esto, aunado a la polarización política que impide llegar a consensos, es lo que puede generar en las generaciones de jóvenes de hoy un total desapego al compromiso ciudadano de votar y ser votado, de exigir, pero también de cumplir.
Si logramos que la “media literacy” cambie algunas formas de pensar de algunas personas, estamos yendo en el camino correcto, pero vamos cuesta arriba rumbo al Everest, descalzos y sobre camino empedrado. Por eso la mayor parte de las veces dejamos de creer y dejamos de actuar.
Les invito a compartir sus pensamientos al respecto de lo que aquí he escrito. Deja abajo tus comentarios y si te agrada la columna (que de aquí en adelante aparecerá todos los jueves y ocasionalmente quizá más veces en la misma semana) por favor compártesela a alguien que conozcas y sepas que pueda interesarle. Muchas gracias.